Cuando un orden de cosas resulta
alterado, lo más sano sería restituirlo, si se pensara de la manera en que lo
haría cualquier mortal que hubiese metido la pata y sintiese algo de culpa por
eso.
Sin saber
cómo y al notar que la trama a partir de este momento se dispondría a hacer lo
que quisiese, buena solución resultaría un programa alternativo.
Con el mismo
procedimiento encontré debajo de un vínculo, promisorio pero discreto —sino
fuera por la mano que todo lo indica— una sucesión de códigos que configuraban
un delito aún no cometido, enfatizando la risa burlona y sarcástica del que
esto escribe. Era, más que una confesión, un manual de instrucciones:
En un primer momento hay que proceder a crear un ambiente de ensoñación para adormecer a la víctima que debe ser previamente imaginada
En un primer momento hay que proceder a crear un ambiente de ensoñación para adormecer a la víctima que debe ser previamente imaginada
Entonces
quise recordar que la negra no tenía más de diecinueve años pero ya estaba lo
suficientemente dotada, desde hacía tiempo, para la vida adulta. Desde el
momento que secó los fluidos que le ocasionaba el deseo a los siete años, se
notaba que la niña no era tan niña, quizás desde la tarde después del partido
de fútbol en el vestuario de los varones. O quizás porque, literalmente volaba,
en el sentido más terrícola que se le puede dar al término. Terminada su iniciación
en antropología cultural, primera asignatura del semestre, volvía de recoger apuntes
y necesidades cuando Oscar notó que necesitaba el café al que lo invitaban sus
ojos grises. Realmente era una mujer interesante: locuaz y de notable
verborrea, con marcadas intenciones de experimentar límites y nuevas
consideraciones.
―No se rehusó
a acompañarme al departamento del noveno piso ―me dijo Oscar—, ni a dejar,
después de Todo, escrito un papelito que colgó de un imán en la heladera. No quiero
buscar excusas pero fueron, tal vez, tamaños sinsentidos, como el de —Volvés a
repetirlo y te prometo que me lanzo de acá— lo que me llevó a encender la luz y
pedirle que se fuera. Y, sinceramente, no pude prever el desenlace.
Aunque
aturdido y abrumado por la duda y, por más cansancio que osara vencerme, dejé las cosas como estaban y eché
un ojo a otra parte.
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